Fragmentos del Diario de Pushkin.
1831
26 de julio
Ayer su majestad el
Emperador se dirigió hacia los batallones (en la provincia de Nóvgorod)
para apaciguar las perturbaciones que se sucedieron allí. Fueron asesinados por
los rebeldes algunos oficiales y cirujanos. Sus voceros llegaron a Izhor con la
cabeza inclinada y con una nota de uno
de los oficiales que antes de su muerte
fue obligado por los rebeldes a declarar por escrito como si él y los cirujanos estuvieran envenenando al
pueblo. El Emperador converso con los
voceros de los sublevados, los envió atrás
y les ordenó subordinarse en todo
al conde Orlóf, que fue enviado con la
primera noticia de la sublevación y quien prometió personalmente llegar hasta donde ellos. “Entonces
los perdonare” les dijo. Parece que todo se ha
tranquilizado, y si aún no, con
la presencia del Emperador sucederá.
Sin embargo un recurso
tan categórico como este último, no debe ser empleado
a menudo. El pueblo no debe
acostumbrarse a la presencia del zar como si este se tratara de una figura corriente. La represión de la policía debe intervenir, ella
sola, en los disturbios de la plaza – y la
voz del zar no debe amenazar ni con la
metralla, ni con el látigo-. El zar no
debe personalmente acercarse al pueblo. La chusma dejará
muy pronto de temer ese poder misterioso y empezará a ufanarse de sus relaciones con el Emperador y muy pronto en sus motines
va a exigir la aparición de él,
como una condición indispensable. Hasta ahora el Emperador, quien posee el don de la palabra, habló solo;
pero puede encontrarse en la
muchedumbre una voz que le replique. Esas
conversaciones son indecorosas
(inconvenientes) y las discusiones en la plaza
se van a convertir inmediatamente
en el rugido y el aullido
de una fiera hambrienta. Rusia tiene 12 000
verstas de anchura; el
Emperador no puede aparecer
en todas partes, donde puede estallar la sublevación.
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