Carta de Belinsky a Gogol.[1]
Usted
tiene razón solamente en parte, al ver en mi artículo a una persona enojada:
este epíteto es demasiado débil y tierno para expresar el estado al que me
llevó la lectura de Su libro.[2] Pero no tiene razón del
todo, al adscribir esto a Sus, realmente no del todo halagüeños, pareceres
sobre los admiradores de Su talento. No, en esto hubo una razón más importante.
El sentimiento del amor propio ofendido se puede incluso sobrellevar, y yo hubiera
conseguido hacer callar mi razón sobre este punto, si el asunto residiera solo
en eso. Pero no se puede sobrellevar el sentimiento ofendido de la verdad, la
dignidad humana; no es posible quedarse callado cuando bajo la protección de la
religión y el amparo del látigo se predican la mentira y la inmoralidad como
verdad y virtud.
Sí, yo lo
quería a Usted con toda la pasión con la cual el hombre sanguíneamente ligado a
su país puede amar a su esperanza, honor, gloria, a uno de sus grandes
conductores en el camino del conocimiento, el desarrollo, el progreso. Y Usted
tenía una razón fundamental para al menos por un minuto salir de un tranquilo
estado anímico, tras perder el derecho a ese amor. Le digo esto no porque yo considere mi amor como
una recompensa al gran talento, sino porque en este sentido represento no uno,
sino una multitud de personajes, de los cuales ni Usted ni yo hemos visto el
mayor número y que, a su vez, tampoco lo han visto nunca a Usted.
No estoy
en condiciones de darle ni la más mínima noción de la indignación que despertó
Su libro en todos los corazones nobles, ni el chillido de salvaje alegría que
soltaron con su aparición todos Sus enemigos –literarios (los Chíchikov, los
Nozdriov, los Alcaldes y otros) y no literarios, cuyos nombres Le son
conocidos–. Usted mismo ve bien que de Su libro se ha apartado incluso gente
del mismo espíritu que el Suyo.[3] Si hubiera sido escrito a
consecuencia de una convicción profundamente sincera, aun entonces hubiera
debido causar en el público la misma impresión. Y si todos lo han tomado (salvo
algunas pocas personas, a las que hay que ver y conocer para no alegrarse de su
aprobación) por una astuta pero demasiado enmascarada travesura para lograr
puramente por medios celestiales objetivos terrenos, de esto sólo Usted es
culpable. Y esto no es asombroso en lo más mínimo, sino que lo asombroso es que
Usted encuentre esto asombroso. Yo creo que es porque conoce profundamente
Rusia solo como artista, y no como un pensador,[4] rol que asumió tan
malogradamente en Su fantástico libro. Y no porque no sea una persona pensante,
sino porque ya hace tantos años que está acostumbrado a mirar a Rusia desde Su
maravillosa lejanía,[5] y ya se sabe que nada es más fácil que, desde lejos, ver las cosas tal
como nosotros queremos verlas; porque Usted en esta maravillosa lejanía vive
completamente ajeno a ella, dentro de sí mismo o de un círculo uniforme,
construido igual que Usted y sin fuerzas para oponerse a Su influencia sobre
él.
Por eso
Usted no ha advertido que Rusia ve su salvación no en el misticismo, no en el
ascetismo, no en el pietismo, sino en los logros de la civilización, la
instrucción, el humanitarismo. Ella no necesita sermones (¡bastantes ha oído!),
no oraciones (¡bastantes las ha machacado!), sino el despertar en el pueblo del
sentimiento de la dignidad humana, tantos siglos perdido en el barro y en el
estiércol; derechos y leyes, configurados no con la enseñanza de la Iglesia
sino con la del sentido común de justicia, y un severo –en lo posible–
cumplimiento. Pero en lugar de esto ella presenta el horroroso espectáculo de
un país donde los hombres comercian a los hombres –sin tener en esto ni aquella
justificación que con picardía aprovechan los plantadores americanos,
asegurando que el negro no es un hombre–, donde los hombres mismos no se llaman
con nombres, sino con apodos: Vañkas, Stiéshkas, Vaskas, Palashkas; un
país donde, finalmente, no solamente no hay ninguna garantía para la persona,
el honor y la propiedad, sino que ni siquiera hay un orden policial, sino
inmensas corporaciones de diversos ladrones de servicio. Las más vivas y
contemporáneas cuestiones nacionales en Rusia son ahora: la aniquilación del
derecho de servidumbre, la supresión del castigo corporal, introducir en lo
posible un severo cumplimiento al menos de aquellas leyes que ya existen. Esto
lo siente incluso el mismo gobierno (que sabe muy bien lo que hacen los
terratenientes con sus campesinos y cuántos de los primeros matan los últimos
cada año), lo que se demuestra con sus tímidas e infructuosas semi-medidas en
provecho de los negros blancos y el cómico reemplazo del látigo de una punta
por el de tres puntas.
¡Estas
son las cuestiones en las que está inquietamente ocupada Rusia en su apático semi-sueño!
Y en este momento un gran escritor, que con sus admirablemente artísticas,
profundamente verdaderas creaciones tan poderosamente cooperó a la
autoconciencia de Rusia, al darle la posibilidad de echar una mirada a sí misma
como si fuera en un espejo, aparece con un libro en el cual, en nombre de
Cristo y de la Iglesia, enseña al bárbaro-terrateniente a obtener más dinero de
los campesinos, ¡injuriando sus “jetas sin lavar”!... ¿Y esto no debía llevarme
a la indignación? Pero es que si Usted hubiera revelado un atentado contra mi
vida, aun entonces no lo odiaría más que por estos vergonzosos renglones… ¿Y
después de esto quiere que creamos en la sinceridad del tono de su libro?...
¡No! Si
Usted efectivamente hubiera estado lleno de la verdad de Cristo, y no de la
enseñanza del diablo, de ningún modo hubiera escrito aquello a Sus adeptos
entre los terratenientes. Usted les hubiera escrito que así como sus campesinos
son sus hermanos en Cristo, y el hermano no puede ser el esclavo de su hermano,
ellos debían o darles la libertad, o al menos usufructuar sus esfuerzos del
modo más benéfico para aquellos que fuera posible, reconociéndose, en el fondo
de sus conciencias, en una situación mentirosa en relación con aquellos… Y la
expresión: “¡ah, tú, jeta sin lavar!” ¿De qué Nozdriov, de qué
Sobakiévich oyó Usted esto, para entregar al mundo como un gran descubrimiento
en provecho y buen ejemplo de los muyiks rusos, que aun sin eso, porque
no se lavan, habiendo creído a sus señores ellos mismos no se consideran
personas? ¿Y su noción sobre el juicio nacional ruso y la condena, ideal que
Usted encuentra en las palabras de una estúpida mujer, del relato de Pushkin, y
según cuyo razonamiento se debe azotar al justo y al culpable?[6] Pero es que entre nosotros eso sucede con frecuencia, aunque más bien
azotan solamente al justo, ¡si no tiene modo de emanciparse del delito de ser
culpable sin culpa! ¿Y semejante libro podía ser el resultado de un difícil
proceso interior, de un alto esclarecimiento espiritual? ¡No es posible!... O
Usted está enfermo, y necesita apurarse a tratarse, o… no me atrevo a
manifestar mi pensamiento…
Predicador
del látigo, apóstol de la ignorancia, partidario del oscurantismo, panegirista
de los modos de vida tártaros, ¿qué hace? Eche una mirada bajo Sus pies, pues
Usted está sobre un abismo… Que Usted apoye semejante enseñanza en la Iglesia
ortodoxa todavía lo entiendo: ella siempre fue soporte del látigo y servidora
del despotismo. Pero a Cristo, ¿a Cristo para qué lo mezcla en esto? ¿Qué encuentra
en común entre él y una –aun con más razón– Iglesia ortodoxa? Él fue el primero
en divulgar a la gente la enseñanza de la libertad, la igualdad y la hermandad,
y con el martirio grabó y afirmó la verdad de su enseñanza. Y eso fue la salvación
de la gente en tanto no se organizó en la Iglesia y no tomó como base los
principios de la ortodoxia. La Iglesia apareció entonces como una jerarquía, es
decir, partidaria de la desigualdad, adulona del poder, enemiga y perseguidora
de la hermandad entre la gente, lo que continúa siendo hasta ahora. Pero el
sentido de la enseñanza de Cristo fue descubierto por el movimiento filosófico
del siglo pasado. Y por eso un Voltaire, al apagar en Europa con el arma de la
burla las hogueras del fanatismo y la ignorancia, es por supuesto más hijo de
Cristo, cuerpo de su cuerpo y hueso de sus huesos, que todos vuestros popes,
obispos, metropolitas y patriarcas, orientales y occidentales. ¿Acaso Usted no
sabe esto? Pero es que esto ahora para cualquier colegial no es en absoluto una
novedad…
Y por
eso, ¿es posible que Usted, el autor de El inspector y Almas muertas,
es posible que Usted sinceramente, de corazón, haya cantado el himno al innoble
clero ruso, poniéndolo inconmensurablemente más alto que el clero católico?
Pongamos que Usted no sepa que el segundo alguna vez haya sido algo, en tanto
que el primero nunca fue nada, salvo un sirviente y un esclavo del poder
terrenal, ¿pero es posible también que realmente Usted no sepa que nuestro
clero se encuentra en el desprecio generalizado de la sociedad rusa y el pueblo
ruso? ¿Sobre quién cuenta el pueblo ruso cuentos obscenos? Sobre el pope, la
mujer del pope, la hija del pope y el trabajador del pope. ¿A quién llama el
pueblo ruso raza de tontos, pillos...? A los popes. ¿No es acaso el pope en Rusia, para todos los rusos, el representante de
la glotonería, la avaricia, el servilismo, la desvergüenza? ¿Y acaso Usted no
sabe esto? ¡Es extraño! Para Usted, el pueblo ruso es el más religioso del mundo: ¡mentira! El
fundamento de la religiosidad es el pietismo, la veneración, el miedo de Dios.
Pero el ruso pronuncia el nombre de Dios rascándose el traste. Ante la imagen
dice: conviene, se reza; no conviene, tapar las ollas.[7] Fíjese más
atentamente, y verá que por su naturaleza es un pueblo profundamente ateo. Hay
todavía en él mucha superstición, pero ni huella de religiosidad.
La
superstición pasa con los logros de la civilización, pero la religiosidad a
menudo se aviene incluso con ellos; el ejemplo vivo es Francia, donde ahora hay
muchos católicos sinceros, fanáticos, entre personas instruidas y cultas, donde
muchos, apartados del cristianismo, de todos modos persisten obstinadamente en
algún dios. El pueblo ruso no es así: la exaltación mística no está para nada
en su naturaleza; tiene demasiado sentido común, claridad y sentido positivo en
la mente: y es en esto que, quizás, se encierra la inmensidad de sus destinos
históricos en el futuro. La religiosidad no ha prendido en él ni siquiera en lo
que hace al clero; pues algunas personalidades separadas, exclusivas, que se
distinguen por una contemplación fría y ascética… no declaran nada. La mayoría
de nuestro clero siempre se distinguió solamente por sus panzas gordas, la
pedantería teológica y la ignorancia salvaje. Es un pecado culparlo de
intolerancia religiosa y fanatismo; antes se lo puede alabar por su
indiferencia ejemplar en materia de fe. La religiosidad apareció entre nosotros
solo en las sectas cismáticas, tan opuestas por su espíritu a la masa del
pueblo y tan poca cosa numéricamente ante ella.
No voy a
extenderme sobre Su ditirambo de la relación amorosa del pueblo ruso con sus
amos. Le diré directamente: este ditirambo en nadie encontró simpatía y lo ha
arruinado a Usted incluso a los ojos de gente que en otros sentidos Le es muy
cercana por su orientación. En lo que hace a mí personalmente, dejo a Su
conciencia embriagarse en la contemplación de la belleza divina de la
autocracia (eso es cómodo, dicen, y provechoso para Usted); solo continúe
contemplándola juiciosamente desde Su maravillosa lejanía: de cerca, no
es tan hermosa ni tan inofensiva… Le advertiré solamente una cosa: cuando a un
europeo, sobre todo a un católico, lo domina el espíritu religioso, se vuelve
acusador del poder injusto, semejante a los profetas hebreos, que denunciaban
la ilegitimidad de los fuertes de la tierra. Pero entre nosotros es al revés: a
una persona (incluso decente) le agarra una enfermedad, conocida por los
médicos psiquiatras como manía religiosa, e inmediatamente ha de adular más al
dios terrenal que al celestial, e incluso tanto más de lo debido, que aquel
quisiera recompensarlo por su servil solicitud, pero ve que con esto se
comprometería a los ojos de la sociedad… ¡Somos pícaros los rusos!...
Recordé
todavía que en Su libro Usted afirma como gran e indiscutible verdad como que
saber leer y escribir, a la gente humilde, no solo no le es útil sino que le es
decididamente dañino. ¿Qué decirle a esto? Lo perdonará a Usted su dios
bizantino por este pensamiento bizantino, solo si al volcarlo al papel Usted no
sabía lo que estaba creando… “Pero, quizás –me dirá Usted–, pongamos que yo me
extravié, y todos mis pensamientos son una mentira; ¿pero por qué me quitan el
derecho a extraviarme y no quieren creer en la sinceridad de mis extravíos?” Porque,
le respondo a Usted, semejante orientación en Rusia hace tiempo ya que no es
una novedad. Incluso no hace mucho fue enteramente agotada por Búrachek con su
cofradía. Por supuesto, en Su libro hay más inteligencia e incluso talento
(aunque una y otro no son muy ricos en él) que en las obras de aquellos; en
cambio ellos desarrollaron un aprendizaje común a ellos y a Usted con mayor
energía y mayor unidad, llegaron audazmente hasta sus últimos resultados,
entregaron todo al dios bizantino, nada dejaron a Satán; entonces Usted,
queriendo ponerle una vela a uno y a otro, cayó en contradicciones,
salvaguardaba, por ejemplo, a Pushkin, la literatura y el teatro que, desde Su
punto de vista, solo con que Usted tuviera la honestidad de ser consecuente, en
nada pueden servir para salvar el alma, sino que en mucho pueden servir para
arruinarla.
¿La
cabeza de quién podía digerir la idea de que Gógol y Búrachek eran idénticos?
Usted se ha puesto demasiado alto en la opinión del público ruso para que éste
pueda creer de Usted la sinceridad de semejantes convicciones. Lo que parece
natural en los tontos no puede parecer lo mismo en el genio. Algunos estuvieron
a punto de detenerse en la idea de que Su libro era el fruto de un desorden
mental, cercano a una locura positiva. Pero pronto se apartaron de tal
conclusión: claramente, este libro no fue escrito en un día, ni en una semana,
ni en un mes, sino que quizás en un año, en dos o tres; en él hay una relación;
a través de la negligente exposición se descubre algo premeditado, y los himnos
a los órganos del poder construyen bien la situación terrenal del devoto autor…
Por eso
se extendió el rumor en Petersburgo de como que Usted había escrito este libro
con el objeto de caer como preceptor del hijo del heredero. Aún antes de esto
en Petersburgo se hizo conocida Su carta a Uvárov, donde dice con amargura que
a Sus creaciones en Rusia le dan un sentido erróneo, luego exterioriza
insatisfacción con Sus anteriores obras y anuncia que solamente se quedará
satisfecho con Sus obras cuando aquel que etcétera.[8] Ahora juzgue Usted mismo:
¿es posible asombrarse de que Su libro lo haya arruinado a Usted a los ojos del
público como escritor y, más aún, como hombre?
Usted, en
cuanto yo veo, no comprende del todo bien al público ruso. Su carácter se
determina por la situación en la sociedad rusa, en la que hierven y estallan
hacia afuera fuerzas frescas, pero que aplastadas por un pesado yugo, sin
encontrar salida, causan solamente abatimiento, tristeza, apatía. Solamente en
la literatura, a pesar de la censura tártara, hay todavía vida y movimiento
hacia delante. Por eso es que el nombre de escritor entre nosotros es tan
honorable, por eso es tan fácil entre nosotros el éxito literario, incluso con
un talento pequeño. El título de poeta, el nombre de escritor entre nosotros
hace tiempo ya que eclipsó el oropel y los uniformes de distintos colores. Y
por eso entre nosotros en particular se recompensa con la atención general cada
orientación de las así llamadas liberales, incluso con pobreza de talento, y
por eso cae tan rápido la popularidad de los grandes poetas, que sincera o
insinceramente se entreguen al servicio de la ortodoxia, la autocracia y el
modo tradicional de vida.[9]
Un
ejemplo patente es Pushkin, al que le bastó escribir solamente dos o tres
poesías de adhesión al gobierno y ponerse la librea de gentilhombre de cámara
para privarse de repente del amor del pueblo. Y Usted se equivoca intensamente
si piensa en broma que Su libro ha caído no por su mala orientación sino por la
aspereza de las verdades que Usted habría dicho a todos y cada uno.[10] Pongamos que Usted haya podido pensar esto de los autorzuelos, pero el
público ¿cómo podía caer en esta categoría? ¿Acaso Usted en El inspector
y Almas muertas le ha manifestado menos amargas verdades, menos
ásperamente, con menor verdad y talento? Y él, efectivamente, se ha enojado con
Usted hasta el furor, pero El inspector y Almas muertas no
cayeron cuando Su último libro se hundió vergonzosamente en la tierra. Y el
público en esto tiene razón: ve en los escritores rusos sus únicos guías,
defensores y salvadores de la oscuridad de la autocracia, la ortodoxia y el
modo de vida tradicional, y por eso, siempre dispuesto a perdonar al escritor
un libro malo, nunca le perdona un libro dañino. Esto muestra cuánto hay en
nuestra sociedad, aunque aún en embrión, de fresca y sana intuición, y esto
demuestra que tiene futuro. Si Usted ama a Rusia, ¡alégrese junto conmigo de la
caída de Su libro!...
No sin
algún sentimiento de autocomplacencia Le diré que creo conocer un poco al
público ruso. Su libro me asustó por la posibilidad de una mala influencia en
el gobierno, en la censura, pero no en el público. Cuando corrió en Petersburgo
el rumor de que el gobierno quiere imprimir Su libro en muchos miles de
ejemplares y venderlo al precio más bajo, mis amigos se abatieron, pero yo les
dije entonces que fuera como fuera ese libro no iba a tener éxito, y pronto se
olvidarían de él. Y efectivamente, ahora es más recordado por todos los
artículos sobre él que por él mismo. ¡Sí, el ruso tiene, aunque aún no
desarrollado, un profundo instinto de verdad!
El
parecer Suyo, quizás, incluso podía ser sincero. Pero la idea de llevarlo a
conocimiento del público fue la más desgraciada. Los tiempos de una ingenua
devoción hace tiempo ya que pasaron también para nuestra sociedad. Ello
recuerda ya que rogar en todas partes es lo mismo, y que en Jerusalén buscan a
Cristo solo las personas o que nunca lo llevaron en su pecho o que lo
perdieron. Quien es capaz de sufrir a la vista del sufrimiento ajeno, a quien
le pesa el espectáculo de la opresión de las personas diferentes a él, ese
lleva a Cristo en su pecho y no tiene por qué ir a pie a Jerusalén. La
humildad, predicada por Usted, primero, no es nueva, y segundo, responde de un
lado con un terrible orgullo, y de otro con la más vergonzosa humillación de su
dignidad humana. La idea de convertirse en una abstracta perfección, de estar
por encima de todos con la humildad puede ser fruto solo o del orgullo, o de la
debilidad mental, y en los dos casos lleva ineludiblemente a la hipocresía, la
mojigatería, el kitaísmo[11]
Y a la
vez Usted se ha permitido cínica y suciamente manifestarse no solo acerca de
otros (esto solo hubiera sido descortés), sino sobre Usted mismo, lo cual ya es
ruin, porque si una persona que golpea a su prójimo en las mejillas despierta
indignación, la persona que se golpea las mejillas a sí mismo despierta el
desprecio. ¡No! Usted solo está ofuscado, y no sereno, Usted no ha comprendido
ni el espíritu ni la forma del cristianismo de nuestro tiempo. No es la verdad
de la enseñanza cristiana, sino el enfermizo temor de la muerte, el diablo y el
infierno los que alientan en Su libro. ¡Y qué lengua, qué frases! “¡Ahora toda
persona ha devenido una basura y un trapo!” ¿Es posible que Usted crea que
decir toda, en lugar de toda, significa expresarse bíblicamente?[12] ¡Qué gran
verdad es que cuando la persona se da por entero a la mentira lo abandonan la
inteligencia y el talento! Si no estuviera puesto Su nombre sobre Su libro y si
no estuvieran incluidos aquellos pasajes donde Usted habla de sí como de un
escritor, ¿quién hubiera pensado que esta engañadora y sucia bulla de palabras
y frases son obra de la pluma del autor de El inspector y Almas
muertas?
En lo que
toca a mí personalmente, Le repito: se ha equivocado al considerar mi artículo
como expresión del fastidio por Su opinión sobre mí como uno de Sus críticos.[13] Si solamente esto me hubiera enojado, solamente a esto hubiera
respondido con fastidio, pero sobre todo el resto me hubiera expresado
tranquila e imparcialmente. Pero es verdad que Su juicio sobre Sus admiradores
es doblemente malo. Comprendo lo imprescindible que es a veces dar un sopapo a
un tonto, que con sus adulaciones, su entusiasmo hacia mí, solo me pone en
ridículo, pero esta imprescindibilidad pesa, porque de algún modo humanamente
es vergonzoso pagar por un amor errado con la enemistad. Pero Usted tenía en
vista a personas, si no con una óptima inteligencia, que de todas maneras no
eran tontas.
Estas personas
en su asombro por Sus creaciones hicieron, quizás, muchas más exclamaciones
entusiastas que las cosas que Usted dijo sobre ellos; pero siempre el
entusiasmo de ellos por Usted sale de una fuente tan pura y generosa que Usted
no hubiera debido entregarlos de cabeza a los enemigos comunes a Usted y a
ellos, y además por añadidura culparlos de intención de dar algún sentido
reprobable a Sus obras. Usted, por supuesto, hizo esto atraído por la idea
principal de Su libro y por imprudencia, pero Viázemski, este príncipe en la
aristocracia y lacayo en la literatura, desarrolló Su idea y escribió de Sus
admiradores (es decir, de mí sobre todo) una pura denuncia.[14] Hizo esto probablemente en agradecimiento porque Usted a él, un mal
poetastro, lo ha promovido a gran poeta, creo, cuanto yo recuerdo, por su
“verso marchito, arrastrado por la tierra”[15] ¡Todo esto está muy
mal! Y que Usted solamente esperaba el momento en que Le fuera posible hacer
justicia incluso a los admiradores de Su talento (tras habérsela hecho con
orgullosa humildad a Sus enemigos), eso yo no lo sé, no podía, y, hay que
decirlo, no lo hubiera querido saber. Ante mí estaba Su libro, pero no Sus
intenciones. Leía y volvía a leerlo cien veces, y de todos modos no hallaba
nada, salvo aquello que había en él, y aquello que había en él me indignaba y
ofendía mi alma.
Si yo
hubiera dado plena libertad a mi sentimiento, esta carta pronto se hubiera
convertido en un grueso cuaderno. Nunca pensaba escribirle a Usted sobre esto,
aunque atormentadamente lo deseaba y aunque Usted a todos y cada uno por medio
de la prensa ha dado el derecho de escribirle sin ceremonias, teniendo en vista
una verdad.[16] Viviendo en
Rusia, yo no hubiera podido hacerlo, pues los Shpiekin de allá abren las cartas
extrañas no por su gusto personal sino por deber de servicio, por las
denuncias. Pero la tisis que comenzó este verano me expulsó al extranjero y N
me envió Su carta a Salzburgo, de donde hoy me voy con Annienkov a París vía
Frankfurt-sobre el Meine. La inesperada llegada de Su carta me dio la
posibilidad de expresarle todo lo que tenía en el alma contra Usted con motivo
de Su libro. Yo no sé hablar a medias, no sé andar con astucias: eso no está en
mi naturaleza. Que Usted o el propio tiempo me demuestren que me equivocaba en
mis conclusiones sobre Usted, seré el primero en alegrarme de esto, pero no me
arrepentiré de lo que Le dije. Aquí se trata no de mi o Su persona, sino de un
asunto que está muy por encima no solo de mí, sino también de Usted: aquí se
trata de la verdad, de la sociedad rusa, de Rusia. Y esta es mi última palabra
de conclusión: si Usted ha tenido la desgracia con orgullosa humildad de
desdecirse de Sus obras verdaderamente grandes, entonces Usted debe con sincera
humildad desdecirse de Su último libro y expiar el pesado pecado de su salida a
la luz con nuevas obras, que recuerden sus anteriores.[17]
Salzburgo, 15 de julio de 1847.
El
artículo de Bielinski sobre Pasajes selectos de la correspondencia con
amigos causó a Gógol una inmensa impresión. En junio de 1847 él escribió a
N. Ia. Prokopóvich: “Leí en estos días la crítica de Bielinski en el segundo
número de El Contemporáneo. Parece ser que él ha tomado todo el libro
como escrito con respecto a su persona y leyó en él un formal atentado contra
todos los que comparten sus ideas”. Con aquel mismo ánimo fue escrita la carta
a Bielinski (alrededor del 20 de junio de 1847), que Gógol envió a Prokopóvich
con el pedido de que le hiciera una crítica. Bielinski en esta época estaba en
el extranjero, en el pequeño pueblo silés de Salzbrunn, adonde lo había
empujado una grave enfermedad. N. N. Tiútchev, al recibir de Prokopóvich la
carta de Gógol, se la envió, según lo determinado, a Salzbrunn.
En esta carta Bielinski actúa como un enemigo
irreconciliable del régimen de servidumbre feudal en Rusia. Bielinski reflejó
en ella, como señaló Lenin, “el ánimo de los campesinos de la gleba contra el
derecho de la servidumbre”. Después de la muerte de Bielinski su nombre fue
prohibido de utilizar en la prensa. Fueron tomadas particulares medidas contra
la difusión de la “Carta a Gógol”, cuyo sentido revolucionario quedó claro ya
en 1849, en relación con el caso de los petrashevskianos. Por la lectura de la
“Carta” las potestades del zar condenaban a la pena de muerte. No obstante,
tuvo rápidamente una inmensa popularidad, jugando un gran rol en la historia
del movimiento revolucionario ruso de liberación. En el transcurso de dos
décadas y media la “Carta a Gógol” no podía ser publicada en Rusia y se
difundía sólo secretamente en copias manuscritas. Fue impresa por primera vez
en Londres por Herzen, en La Estrella Polar, en 1855. Al leerle Bielinski
la carta en París, aquél la comunicó a sus amigos emigrados diciendo: “Esta es
una cosa genial, y además creo que es su testamento”.
Esto es una respuesta a las palabras de Gógol, con las que comenzaba su carta a
Bielinski (alrededor del 20 de junio de 1847): “Leí con gran pesar su artículo
sobre mí en El Contemporáneo, no porque me pesara la humillación en la
que Usted quiso ponerme a la vista de todos, sino porque en él se oye la voz de
una persona enojada conmigo”.
Gógol se vio obligado a convenir con esta afirmación de Bielinski.
Bielinski aquí parafrasea irónicamente el conocido pasaje del capítulo XI de Almas
muertas: “¡Rusia, Rusia! Te veo, ¡te veo desde mi maravillosa y magnífica
lejanía!”
Alusión a la idea reaccionaria desarrollada por Gógol sobre “el juicio divino”,
al cual está sujeto el justo y el culpable. Gógol recuerda en relación con esto
a la mujer del capitán de La hija del capitán, que “al enviar al
teniente a juzgar al soldado centinela y la mujer, que se han peleado en el
baño por un balde de madera, le suministra esta instrucción”: “Comprueba quién
tiene razón y quién es culpable, pero castiga a los dos”.
Proverbio ruso: está traducido literalmente. No podemos explicar de dónde toma
su sentido lo de “tapar las ollas” pero de todos modos el proverbio se comprende.
La carta de la que se habla fue escrita por Gógol el 2 de mayo de 1845 en
respuesta a la comunicación al ministro de instrucción Uvárov sobre que al
escritor le ha sido obtenida una pensión anual de 1.000 rublos por tres años.
La palabra en ruso es “naródnost”, y en cierta forma refiere a eso.
En su carta a Bielinski, Gógol intenta explicar la razón del descontento de
muchas personas con Pasajes selectos… por haberles dado “un pequeño
sopapo”, que “resultó tan groseramente torpe y tan ofensivo”.
De Kitai (“China”), término usado frecuentemente por Bielinski como sinónimo de
retraso, oscurantismo, etc.
Intraducible. Gógol escribe el adjetivo en forma abreviada (vsiak en
lugar de vsiakiy), como aparece en la Biblia.
En Pasajes selectos… hay una serie de groseros ataques contra Bielinski,
aunque en el libro no sea llamado por su nombre. Por ejemplo, en un capítulo
“Sobre la Odisea” leemos: “Solamente algunos últimos lectores, acostumbrados a
sostenerse de la cola de los jefes de revistas, releen todavía alguna cosa, sin
advertir en su simpleza que los cabrones que los acaudillan hace tiempo que se
quedaron pensativos, sin saber ellos mismos adónde conducir sus extraviados
rebaños”.
Bielinski tenía todos los fundamentos para calificar como”denuncia” el artículo
de P. A. Viázemski “Iazikov-Gógol”, sobre el cual se habla. Viázemski no
solamente saludaba entusiastamente Pasajes selectos…, sino que de hecho
convocaba a un castigo para aquellos críticos que querían “poner a Gógol como cabeza
de cierta nueva escuela literaria, personificando en ella alguna negra bandera
literaria”.
En Gógol, en el capítulo: “En qué consiste finalmente el ser de la poesía rusa
y su particularidad”: “Este pesado, como si se arrastrara por la tierra verso
de Viázemski.”
Alusión al prefacio de Gógol a la segunda edición de Almas muertas
(1846).
Gógol fue sacudido por la carta de Bielinski. Escribió una extendida carta en
la que de manera muy áspera negaba las inculpaciones de Bielinski. Esta carta,
sin embargo, no la envió, la rompió. Los menudos pedazos de papel postal, en el
que estaba escrita, los reveló el primer biógrafo de Gógol P. A. Kúpish y
restableció casi todo el texto. El 10 de agosto de 1847 Gógol escribió una
segunda carta a Bielinski. Esta comenzaba con las palabras: “No puedo contestar
enseguida a su carta. Mi alma está agotada, todo en mí está sacudido”. Esta
carta se diferenciaba esencialmente por su contenido y tono de la precedente.
Gógol aquí ya estaba inclinado a reconocer “parte de verdad” en las
inculpaciones de Bielinski (“Sabe Dios, quizás en vuestras palabras hay parte
de verdad”).